Raúl Eduardo Molina Rivera /Cicyp
Con inusitada frecuencia, leemos o escuchamos referencias, quejas y condenas contra el lucro comercial de parte de diversos sectores, medios de comunicación e “influencers” sociales, entre ellos, seguidores abiertos o encubiertos de dogmas marxistas como la “plusvalía”, definida como “la diferencia o excedente no pagado al trabajador durante su jornada laboral, que es apropiado por el capitalista como ganancia”.
Estas quejas y condenas vienen desde púlpitos, hasta academias y de opinólogos de cafetería, pero todas ellas evidencian conductas que van desde una profunda ignorancia de los principios que guían la Acción Humana y las Ciencias Económicas, en el mejor de los casos, y en otros, denotan una deleznable deshonestidad intelectual motivada por razones ideológicas.
En algunos casos, estas ideas tienen un origen teológico en la época Medieval, específicamente en algunas órdenes religiosas mendicantes que pregonaban la pobreza, la hermandad entre los hombres y deploraban la acumulación de riqueza. Sin embargo, teológicamente estas ideas fueron amplia y profundamente refutadas y superadas en el Siglo XVI por otros teólogos, especialmente los de la denominada Escuela de Salamanca, entre ellos, Diego de Covarrubias, quien además de considerar que la propiedad privada tiene el efecto beneficioso de estimular la actividad económica y con ello, mejorar considerablemente el bienestar general de la población, también indicaba que dichos propietarios tenían el derecho exclusivo a los beneficios que se derivaban de dicha propiedad privada.
Esta misma Escuela de Salamanca, en el mismo Siglo XVI, a través de Martín de Azpilicueta, contrario a otros teólogos precedentes que condenaban el cobro de intereses o usura como algo contrario a la doctrina y buenas prácticas cristianas y ensalzaban la pobreza o más bien pobrismo, como algunas personas en la actualidad, encontró y explicó diversas razones que justificaban el cobro de interés, indicando que una persona que recibe un préstamo, obtiene un beneficio a costa del dinero, señalando que el interés podía considerarse como una prima por el riesgo del prestamista a perder su dinero, además de explicar el concepto del costo de oportunidad y fue la primera vez que se consideró al dinero como una mercancía más, por lo cual es moralmente y teológicamente correcto recibir un beneficio (el interés).
Cabe destacar que Diego de Covarrubias, Martín de Azpilicueta, Francisco de Vitoria y todos los demás integrantes de esta Escuela, eran teólogos, que además llegaban a estas conclusiones luego de amplios estudios y discusiones sobre la moralidad y conveniencia para la sociedad de sus teorías dentro de la doctrina y fe cristiana.
Y es que se ha repetido hasta la saciedad la falacia de que el lucro de un comerciante, industrial, emprendedor o banquero, se da a cambio de la pérdida y desgracia para la sociedad y ello es absolutamente falso.
Imaginemos que Juan tiene un taller para confeccionar y vender sillas y emplea a varias personas a quienes paga un salario. Cada silla tiene un costo que incluye no solo la madera, tornillos, barnices y mano de obra aplicada, sino que también contiene elementos como el costo financiero de adquirir los materiales para confeccionar dichas sillas, el pago del alquiler del lugar donde se ubica el taller, el pago de la electricidad con que opera la maquinaria empleada, el costo de oportunidad de Juan, quien podría usar ese capital en otros propósitos. Si Juan se limita a tasar el precio de cada silla confeccionada en el Taller en el costo de la mano de obra y materiales, no sólo no obtendría ganancias, sino que ni siquiera podría pagar el costo financiero, el alquiler del taller, ni la electricidad que usa la maquinaria de su taller.
Debemos cuestionar objetivamente si quienes critican el lucro, lo hacen motivados por ignorancia, por sesgos ideológicos disimulados o indisimulados, por deshonestidad intelectual o simplemente están basados en conceptos teológicos y morales desfazados y ampliamente superados por la historia.
Por ello, afirmo contundentemente y sin complejos que es moralmente aceptable, justo e imperativo que los comerciantes, industriales, banqueros, obtengan lucro de su actividad, pues de ese lucro se pagan los salarios de sus empleados, se pagan a los proveedores de materias primas, insumos, se paga la seguridad social de sus trabajadores, se pagan impuestos y se genera el movimiento de la rueda económica que beneficia a la sociedad en general y que permite al estado obtener los ingresos con los cuales brinda servicios básicos que teóricamente deben mejorar las condiciones de vida de los menos favorecidos.
Mientras más personas, medios de comunicación, “influencers” y consejeros espirituales entiendan y acepten esta realidad, más fácil será mejorar los niveles de vida de parte importante de la población panameña que se mantiene en una situación socio económica vulnerable. El lucro es indispensable para el desarrollo económico y social de un país y la prueba de ello es que en sociedades donde el lucro es mal visto, los niveles de pobreza y vulnerabilidad social son comparativamente mayores.
El autor es abogado y miembro del CICYP
El Consejo Interamericano de Comercio y Producción (CICYP), capítulo de Panamá, es un think tank, comprometido con la defensa de la democracia, la libertad económica, la iniciativa privada y el desarrollo de Panamá. La organización está conformada por empresarios y profesionales de todas las ramas, que de manera voluntaria donan su tiempo, conocimientos y experiencia en beneficio de Panamá. https://cicyppanama.net/
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