Las consignas infundadas que se normalizan con la repetición

Eric Molino Ferrer, presidente de CICYP

En su libro Think Fast and Slow, el psicólogo y ganador del Nobel en Economía Daniel Kahneman nos explica que nuestra mente funciona con dos sistemas: el primero, rápido e intuitivo, opera de manera automática con poco esfuerzo consciente; y el segundo, lento y analítico, requiere atención y esfuerzo mental. Este último lo usamos para resolver problemas complejos y hacer cálculos precisos, por lo que consume más energía. Por su parte, el primer sistema lo utilizamos para reconocer rostros, tomar decisiones basadas en la intuición y entender frases sencillas. Su velocidad y eficiencia energética lo hacen cómodo, pero altamente propenso a sesgos y juicios errados.

En una versión elaborada del viejo refrán “una mentira dicha mil veces se convierte en verdad”, Kahneman plantea: “Una forma fiable de hacer creer a la gente en las falsedades es la repetición frecuente, porque la familiaridad no se distingue fácilmente de la verdad”. Aquí Kahneman, brillantemente, nos advierte de lo rápido que podemos dejarnos engañar por discursos políticos pegajosos que carecen del más mínimo rigor intelectual.

Hay que reconocer que la izquierda latinoamericana ha hecho un gran trabajo en explotar este truco para transformar argumentos sin sustento en eslóganes emblemáticos. Complete la frase: “Porque sin lucha, …” o “Porque un pueblo unido, …”. Son consignas sucintas, memorables y que han sido altamente efectivas en el pasado reciente para justificar confrontaciones violentas en nuestro país. Esto no solo se ha limitado a pronunciamientos en manifestaciones; empresarios, políticos y académicos que no simpatizan ideológicamente con la izquierda repiten sin análisis varias de estas frases. A varios les he oído recitar incorrectamente: “Panamá es uno de los países más desiguales del mundo”.

Los invito a pensar despacio y analizar a detalle. Primero, no es cierto: muchos países africanos superan a Panamá, e incluso en la región tenemos países con índices de Gini superiores como Colombia, Brasil, Santa Lucía y Honduras. Segundo, no confundamos desigualdad con pobreza. Por ejemplo, Haití está, según el índice de Gini, entre los países menos desiguales de la región y nadie sugiere que debamos emular sus políticas económicas y sociales. En este caso, es evidente que el problema no es la desigualdad, sino la pobreza: no podemos asumir que un país es mejor porque hay menos desigualdad si lo que hay es igualdad en la pobreza.

Tercero, cuando vemos los datos, la pobreza está concentrada en las comarcas. Según el INEC, la provincia con mayor pobreza multidimensional es Bocas del Toro, con poco menos del 40 % de la población en condición de inseguridad financiera; mientras que en las comarcas Ngäbe y Guna Yala supera el 80 %, con 81 % y 85 %, respectivamente. En conclusión, esta consigna marxista de la igualdad es más que desinformación: es desenfocarse del verdadero problema para evitar proponer una solución viable. Primero, debemos resolver la pobreza; segundo, entender que la pobreza está desproporcionadamente concentrada en las comarcas; y tercero, abordar la causa raíz de los problemas, no los síntomas, si queremos dar soluciones factibles.

Otra de estas frases que se ha normalizado en la conciencia del panameño es que “los trabajadores pagan más impuestos que los empresarios evasores”. Esta consigna, con un claro mensaje antiempresa, es fácilmente refutable: primero, ¿cómo tendríamos empleados sin empleadores? Es decir, ¿cómo podrían los trabajadores pagar impuestos sin un salario? Pero sigamos el análisis: de acuerdo con el BID, la mediana salarial mensual de Panamá es de $734 y el INEC estima que el 70 % de los trabajadores gana $800 o menos. Considerando que salarios menores a $846 mensuales están exonerados del impuesto sobre la renta, la carga fiscal está concentrada en los salarios de la clase media y alta. Esto no quiere decir que no existan empresas que evadan o personas poco éticas que violen la ley. Como sociedad, debemos siempre exigir que se cumpla el Estado de derecho y que la ley se aplique a quienes la incumplen. Pero esto es muy diferente al tribalismo de los que proclaman que los empresarios son el enemigo y que argumentan que el comportamiento de unos es una práctica generalizada.

Hay muchas más consignas que pudiésemos mencionar, pero quizás la más desacertada es la satanización de las ganancias y la idea de que estas son, por naturaleza, resultado de un abuso. De acuerdo con la teoría marxista clásica, el valor proviene del trabajo y, como el trabajador no recibe como remuneración el 100 % del valor de lo que produjo, esta plusvalía (ganancia) es resultado de un robo al trabajador. Una variación moderna de este argumento es que el empleador quiere pagar lo menos posible para maximizar la ganancia, abusando de la necesidad del trabajador.

Eugen von Böhm-Bawerk ya había refutado este argumento de Marx hace más de un siglo cuando publicó La conclusión del sistema marxiano en 1896. Primero, el valor no viene del trabajo: es una apreciación subjetiva del consumidor. Böhm-Bawerk usa el ejemplo del vino cuando pregunta: ¿cómo es que el vino añejo tiene más valor que el vino joven si no requiere más trabajo? El vino añejo tiene mayor valor porque los consumidores lo consideran de mayor calidad. Adicionalmente, Marx no considera el riesgo del empresario al invertir en un negocio ni el tiempo de espera hasta recuperar el capital. En el caso del vino, un vino añejo implica que quien arriesga el capital debe esperar más tiempo para hacer la venta, y tampoco existe garantía de que esta se concrete. El trabajador recibe un salario a cambio de su labor, pero quien arriesga su capital no tiene certeza de que lo invertido en materiales, salarios y tiempo se recuperará cuando se venda el producto, si es que se vende.

Pese a que el marxismo es fundamentalmente antidemocrático, ya que busca imponer la dictadura del proletariado a través de la revolución, en una sociedad libre todos tienen derecho a expresar sus opiniones, aun cuando estén erradas y carezcan de fundamento. Sin embargo, debemos estar claros en que una sociedad libre conlleva la responsabilidad de tener una mente crítica y capaz de discernir entre argumentos con sustento y consignas sin rigor. Por eso tenemos el deber de tomarnos el tiempo de pensar despacio y no caer en juicios apresurados de lemas que suenan persuasivos. Cuestionemos constantemente para que lo familiar no se convierta en verdad por la insistencia del mensaje.

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