Pablo J. Gutiérrez F. III, miembro del Cicyp
Nuestra querida Doña Ana, quien no ha parado de deleitar a la comunidad con sus deliciosas empanadas, encendió su sartén a las 5 a.m., pero el humo de la calle venía de llantas quemadas, no de sus empanadas. Hay nuevamente cierres; el tránsito quedó en pausa, y los clientes también. Su diario “capital de trabajo” —harina, pollo y gas— se está friendo sin retorno. “¿Y quién pagará mis cuentas ahora?” Es de las cosas que se le vienen a la mente al ver que nuevamente puede no llegar el “chen chen”.
Para darle mayor contexto a la situación que viven muchos como Doña Ana, se estima que las pérdidas diarias, cuando hay huelgas y cierres masivos, rondan los $100 millones. Este número puede no hacer mucho sentido, es sumamente grande. Tanto es así, que representa casi un tercio de lo que destina la CSS al año para comprar medicamentos. En otras palabras, un día de paro equivale a borrar casi cuatro meses de suministros médicos.
Es plata que, como país, desaparece de nuestros “bolsillo colectivo”, mientras que, a nivel personal, Doña Ana ve sus ventas evaporarse.
Al llegar a casa, Doña Ana ve a su nieto que seguía en chancletas viendo televisión. Los maestros están en huelga indefinida y las lecciones se interrumpieron justo cuando el sistema educativo ya venía dando tumbos. Cada día sin clases es un retroceso enorme para miles de estudiantes. Sin educación de calidad, el ascensor social se traba entre pisos y el futuro se escribe con tiza borrosa.
Con todo esto, Doña Ana no es ajena a protestar. Ella está clara que hay mucho por mejorar en nuestro país, y que existen protestas legítimas, en particular contra la corrupción, impunidad, falta de transparencia, y una mejor educación. El problema no es protestar; el problema es cómo. Cerrar calles castiga justo al que menos culpa tiene, a ese ciudadano de a pie y al micro y pequeño empresario, que necesita del día a día para llevar el pan a la mesa. Lastimosamente, terminamos convirtiendo una legítima queja en un boomerang que vuelve directo y nos pega en nuestro propio bolsillo.
¿Qué alternativa entonces nos queda? Como hemos visto previamente, debemos estar siempre impulsando y apoyando iniciativas que fortalezcan el estado de derecho; si los corruptos pagan, baja la rabia y sube la confianza. Incentivar a nuestras autoridades electas a que aumente nuestre libertad económica; menos papeleo para abrir negocios y contratar. No olvidemos que cada microempresa formal es un escudo contra la pobreza. Y por último, pero no menos importante, la educación debe continuar sin pausas. Las aulas deben ser “zona libre de huelga”. Las protestas no pueden secuestrar el derecho de nuestros niños y jóvenes a aprender.
Doña Ana al día siguiente volvió a su local, pero esta vez colocó un letrero que rezaba: “Hoy no hay empanadas, la calle está cerrada; mañana sigo luchando con la misma masa”. Su chispa es loable, pero su paciencia se agota. Si como panameños queremos que esa masa se convierta en prosperidad —no solo en empanadas frías— debemos procurar abrir caminos reales, no bloquearlos. Las voces pueden alzarse sin callar la de los demás. Eso sí que sería una tremenda receta ganadora.
El Consejo Interamericano de Comercio y Producción (CICYP), capítulo de Panamá, es un think tank, comprometido con la defensa de la democracia, la libertad económica, la iniciativa privada y el desarrollo de Panamá. La organización está conformada por empresarios y profesionales de todas las ramas, que de manera voluntaria donan su tiempo, conocimientos y experiencia en beneficio de Panamá. https://cicyppanama.net/
Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad única del autor. No pueden ser consideradas como una posición de este medio