Por Uriel Naum Avila*
Sobra abundar sobre el reconocimiento que goza Panamá a nivel mundial de su potencial logístico, basta decir que los ingresos del Canal le significan al año alrededor de 2.000 millones de dólares (mdd) y que tiene proyectada una inversión pública y privada rumbo a 2040 para la implementación de estrategias logísticas de alrededor de 8.000 mdd, monto con el que se pretenden desarrollar 26 polos portuarios.
Pero si bien este sector, al igual que el de la construcción y el financiero, le han llevado a crecer en años recientes a tasas superiores a las de otros países de Latinoamérica, no ha aprovechar sus patios logísticos y puertos para dar el salto hacia la manufactura de productos de paso o el ensamble de insumos que todos los días cruzan por sus aguas de un mar a otro.
Vayamos al dato duro: el año anterior la industria manufacturera apenas creció 0.7%, una cifra realmente pobre, sobre todo considerando que en 2017 se tenían mejores expectativas, pues este sector había registrado un incremento de 2.3% respecto al año anterior.
Algunos de los sectores que en 2018 vinieron a menos fueron productos lácteos, bebidas y cemento. Por el contrario, entre las industrias que registraron un crecimiento interesante estuvieron productos cárnicos, azúcar y productos de metal.
Cuando se piensa en el potencial que Panamá está desaprovechando por no impulsar una manufactura de valor agregado que lleve su economía a dar un salto definitivo a la modernidad, es casi imposible dejar de referirse a lo que en el pasado sucedió con Singapur.
Este país que hoy tiene algunos de los principales rascacielos del mundo y que es sinónimo de desarrollo, años atrás tuvo grandes problemas de pobreza y precariedad. La vuelta de tuerca se dio gracias básicamente a cuatro cosas: una ardua batalla contra la corrupción, un comercio marítimo dinámico, el impulso a la capacitación de capital humano y el ‘despertar’ de la manufactura, soportado todo esto por un potente sector financiero.
En el caso de la manufactura, se generaron políticas que incentivaron la atracción de inversión extranjera en industria, para pasar de ser paso de productos a fabricante de bienes y, mejor aún, a convertirse en un jugador clave de la región asiática, como lo puede ser Panamá para América del Sur y América Central.
Ciertamente, la transformación de Panamá hacia la manufactura ha sido tema de reflexión en diversos foros de negocios que se han llevado a cabo al menos en el último lustro, incluso algunos parques logísticos están buscando tener las condiciones para que empresas fabriquen en ellos. El punto medular en este sentido es no solo cómo integrar cadenas productivas de exportación dentro del mismo territorio, sino como subirse a la ‘ola’ de la Cuarta Revolución Industrial o Industria 4.0 en la que el mundo ya está inmerso. Sin duda la administración recién llegada tendrá que tener en su radar esto.
*El autor es Coordinador de Forbes Latinoamérica