Por Uriel Naum Ávila
Uno de los grandes problemas que enfrenta la región latinoamericana son sus grandes desequilibrios regionales, y no solo entre países, sino al interior de los mismos. Una iniciativa que en la década de los 2000 surgió buscando resolver este tema fue la creación del Plan Puebla Panamá (PPP), un intento por articular a México con los países centroamericanos en cuestión de infraestructura, inversión, movilidad y aprovechamiento de recursos naturales y energéticos.
Se llegó a hablar de megacarreteras transversales (que cruzaran por los países), refinerías compartidas, cadenas productivas comunes en sectores como el textil, plástico y automotriz, por ejemplo, con una importante salida para las mercancías vía Panamá.
Lo cierto es que a casi 20 años de distancia, el PPP fue solo fue un buen boceto panregional. Empresarios de El Salvador que estuvieron involucrados en este proyecto cuentan que su fracaso se debió a que los gobiernos de la región nunca quisieron dejan en manos de la iniciativa privada el proyecto, y que con los cambios de gobierno se fue diluyendo.
También se sabe que hubo temas en los que las partes nunca se pusieron de acuerdo del todo, como el laboral, el textil, el de los aranceles y el de los salarios. Lo único bueno que quedó de esa iniciativa fue, en todo caso, la intención de buscar salir como zona a competir de la mano frente al mundo, algo que desde entonces ya se vislumbraba necesario e, incluso, urgente para poder sobrevivir en la arrasante economía global.
Desarrollar y aprovechar un mercado cercano a los 165 millones de personas no suena mal. Y aunque las condiciones han cambiado, puede ser que los tiempos actuales sean más propicios para volver a encumbrar un proyecto regional similar o de mayor alcance que el PPP.
Por un lado tenemos un cambio de gobierno en Panamá liderado por el empresario Laurentino ‘Nito’ Cortizo, que conoce muy bien de competitividad y la necesidad de nuevos alcances para lograr crecimiento económico vía el Canal de Panamá, pero también de las exportaciones.
En el otro extremo del territorio se encuentra Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, quien desde su candidatura puso en la agenda la necesidad de apoyar el desarrollo de Centroamérica y abatir los rezagos regionales de manera conjunta.
En medio hay países como Guatemala, Honduras, El Salvador y la convulsa Nicaragua, que enfrentan grandes retos de empleo y generación de oportunidades, así como una Costa Rica que si bien destaca por su capacidad de creación de capital humano, parece darse cuenta que no le alcanza para crecer y generar recursos suficientes por sí sola, y una muestra es la actual problemática fiscal a la que se enfrenta.
Hay un factor externo que podría ser el elemento que haga que la tan esperada integración suceda de una vez por todas: Trump y su política antimigratoria, la cual podría en los siguientes meses, de cara a las siguientes elecciones presidenciales, acrecentar la cacería de migrantes en su frontera sur y con ello exponer aún más las carencias de varios de los países de la región, a las que sus propios gobiernos se niegan a ver y atender.
Circuitos turísticos comunes, industrias colaborativas, fondos de capital regionales, inversiones para proyectos de alto impacto, etc., son tan solo algunas de las cosas que podrían tener lugar de revalorar la generación de un proyecto común entre los países de la zona. La mesa parece estar puesta para ello.
*El autor es Coordinador de Forbes Latinoamérica
Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad única del autor. No pueden ser consideradas como una posición de este medio.